Antonio Aguilar y su bendición familiar hasta el último de sus días
Por José Romero Mata.-Entrevistar a don Antonio Aguilar, en varias ocasiones, fue una experiencia inolvidable. En una de ellas ocurrió algo que me marco en lo personal. Aquella ocasión a finales de los 90s lo busqué porque iba a tener la que sería su última actuación en el ya desaparecido Sports Arena de Los Ángeles en donde acostumbró presentar sus espectáculos ecuestres de los que fue pionero y que los llevó a un nivel internacional.
Ese día sus publicistas me citaron en un exclusivo hotel de Los Ángeles y al llegar solo unos minutos después, con un caminar lento y pausado apareció don Antonio con una guayabera blanca impecable. Ya en su rostro había arrugas muy marcadas y sobresalía su cabello negro azabache, del color de uno de sus caballos más afamados.
Tras saludarlo me pregunto. Sr Romero no se molesta si esperamos a que venga mi esposa?. “No don Antonio, no se preocupe” le respondí. Eso sirvió para que le empezara a compartir mi experiencia personal. Le conté que mi padre era un admirador suyo, y que siendo niños a mis hermanos y a mí, mi padre nos llevaba a ver su espectáculo ecuestre cuando lo presentaba en el Palacio de los Deportes en la Ciudad de México y también cada vez que estrenaba una película era casi de manera religiosa que mi padre se llevara a todo su batallón de hijos al cine Mariscala en el centro de la ciudad de México allá en donde era la avenida San Juan de Letrán. El compartirle mi experiencia me agradeció y me dijo: “Cuando hable con su papa dígale que me lo contó y que le mando un abrazo bien fuerte al pelao por ser uno de los míos!”.
Días después conversé por teléfono con mi padre quien vivía en la Ciudad de México sobre esa experiencia y en las siguientes vacaciones todavía se la describí a detalle y se maravilló de que su hijo hubiera conversado con uno de sus máximos ídolos y a quien adoraba no solo por sus películas sino por sus canciones como “Albur de amor”, “El chubasco, “Juan colorado” y “Gabino Barrera”, entre muchas más.
Cuando más emocionado estaba en mi platica esta se terminó con la llegada de Flor Silvestre a quien el mismo charro de México la recibió con expresiones de amor que destilaba por los poros casi como adolescente y en cada atención no se cansaba de decirle: Mi hermosa esposa…Mi linda esposa… El amor de mi vida… Fueron repetidas frases mientras que ella se acomodaba relajada, sonriente y feliz en su sillón para iniciar la plática.
La entrevista se basó sobre lo que fueron sus inicios en las caravanas artísticas cuando los actores viajaban en autobuses y por meses recorrían muchos lugares para presentar sus tandas musicales. Don Antonio me compartió que siendo muy joven, la primera vez que llegó a Los Ángeles, sin tener trabajo, y ni ser artista famoso, se vio obligado a dormir en una banca muy cerca de la Placita Olvera y de Union Station, curiosamente años después muy cerca de ese lugar recibió un homenaje con develación de una estatua de su figura montada a caballo y que aún en estos días puede ser apreciada por turistas y residentes locales.
Durante la entrevista con la pareja cuando más emocionado estaba, a la entrada del salón aparecieron sus hijos Pepe Aguilar y Antonio Aguilar Jr. y nos interrumpieron con: “!Ya nos vamos papa, venimos por la bendición. Nos vamos al aeropuerto porque hay que estar en México este fin de semana!”, le señaló Pepe. Me permite un minuto? Me atajó Don Antonio.
Pero ahí me quede paralizado y boquiabierto, sin que les importara mi presencia, los dos hijos se postraron ahí mismo de rodillas frente a sus padres y así se mantuvieron cabizbajos mientras que Don Antonio y Doña Flor les daban la bendición católica que fue prolongada y repleta de expresiones espirituales y de llamados y ruegos divinos, y al final les hicieron la señal de la cruz en su rostro. Sus hijos les besaron las manos y ya de pie les besaron sus mejillas para despedirse porque ya se les hacía tarde y abandonaron el salón rápidamente.
El momento fue de admiración y emotivo, me dejo tan impactado que Don Antonio prosiguio como si nada y me preguntó, ¿en que íbamos? y yo le respondí la verdad que ya me borro todo lo que estábamos platicando. Lo bueno que traigo mi grabadora don Antonio pero me fascinó haber visto la bendición y que usted me permitiera presenciarlo. “Es algo que he mantenido con mis hijos por siempre y así lo seguiremos haciendo hasta el último de nuestros días. Nuestras familias ya no acostumbran esto pero es símbolo de respeto, de amor y lo que es la esencia de una familia mexicana y de eso siempre estaré bien orgulloso”, sentenció.
Y si lo fue, porque ese momento lo disfrute como si estuviera en la fila principal del cine Mariscala. Me hizo recordar las películas mexicanas de la época del cine de oro pero también me hizo recordar lo que algunos hemos presenciado en nuestras familias en especial con las personas de edad avanzada en una tradición que se perdió por la modernidad o por un nuevo rol moderno del ser padre y amigo, pero que era parte de ese respeto, esa adoración y lo que representaba la autoridad moral de los padres en las familias mexicanas algo que ya prácticamente ha desaparecido o se ha ido extinguiendo en las nuevas generaciones y en donde ahora el respeto y la devoción a los padres ha pasado a otro nivel para la reflexión.